LA VIGENCIA DE UNA REBELDÍA PENSANTE

José Carlos Mariátegui no fue un intelectual más en el panorama de las ideas peruanas y latinoamericanas. Su figura, que emerge entre los años convulsos del siglo XX, se impone como una de las más lúcidas y radicales formas de pensar desde y para América Latina. Lejos de acomodarse a las corrientes predominantes de su tiempo, Mariátegui apostó por una intelectualidad autónoma, crítica y profundamente enraizada en la realidad peruana. Su legado no es únicamente un conjunto de escritos brillantes, sino la propuesta de una forma distinta de mirar el mundo: una mirada que se atreve a partir de lo propio, sin complejos ni subordinaciones ante los modelos europeos ni las lógicas coloniales que aún persistían (y persisten) en nuestras sociedades.

La vida de Mariátegui fue una metáfora viva de resistencia. Su niñez, marcada por la enfermedad y la pobreza, no truncó su vocación, sino que afiló su sensibilidad hacia las injusticias sociales. Desde muy joven, encontró en el periodismo un espacio de formación intelectual y militancia, donde desarrolló un estilo incisivo y un pensamiento cada vez más comprometido con los sectores populares. Su estancia en Europa no significó un deslumbramiento ciego por las teorías extranjeras, sino una etapa de maduración: allí absorbió las discusiones marxistas y socialistas del momento, pero siempre con una perspectiva crítica, que se completaría a su regreso al Perú con una tarea decisiva: pensar el socialismo desde y para nuestra América.

“Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana” no solo es su obra cumbre, sino también uno de los textos fundacionales del pensamiento latinoamericano contemporáneo. En él, Mariátegui no repite fórmulas, sino que las adapta, las cuestiona y las reescribe a la luz de la historia peruana. Coloca al indígena como sujeto central del análisis social, denuncia el atraso estructural de la economía peruana, y aborda fenómenos como la religión o la literatura desde una óptica que vincula lo cultural con lo político. Mariátegui propone, en esencia, un pensamiento que no puede separarse de la acción, de la lucha, de la transformación concreta de las condiciones de vida de los más excluidos.

Esa apuesta radical por una vía propia un socialismo indoamericano, no calcado de Europa sino nutrido de las formas comunitarias andinas marcó una ruptura. Mariátegui fue un hereje dentro de su propia iglesia ideológica: no comulgó con el dogma estalinista, ni con el economicismo vulgar que comenzaba a dominar el marxismo internacional. En su heterodoxia, radicaba su potencia creadora. Su socialismo no era un destino, era un camino: uno que debía ser andado con los pies puestos en la tierra andina, en las vivencias concretas de campesinos, obreros e indígenas. Por eso, sus ideas siguen teniendo eco entre quienes luchan hoy por una América Latina más justa y más digna.

Claro está, su obra no está exenta de tensiones. Su mirada sobre el “indio”, aunque revolucionaria para su tiempo, puede parecer hoy insuficiente en cuanto a la diversidad y agencia propia de los pueblos originarios. Algunas de sus idealizaciones sobre las comunidades pueden ser leídas con mayor distancia crítica. Sin embargo, más que invalidarlo, esto invita a releer a Mariátegui desde nuestras preguntas actuales, a dialogar con él, a continuar su impulso de pensar desde nuestras raíces.

Hoy, cuando las formas de exclusión se han sofisticado, pero no desaparecido, cuando la globalización amenaza con uniformar incluso la manera en que imaginamos el cambio, Mariátegui se nos aparece como un faro. No para repetirlo, sino para emular su audacia. Pensar con cabeza propia, escribir desde nuestras calles, entender la cultura como un campo de lucha, unir arte, política y vida cotidiana: todo eso nos enseñó Mariátegui. Y por eso, mientras haya quienes quieran cambiar el mundo desde América Latina, él seguirá importando.

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