EL ADIOS DE "MISIAS, PERO VIAJERAS"

No pensé que el cierre de un canal de YouTube me haría reflexionar tanto sobre la fugacidad de los proyectos en internet. Daniela y Fátima, las carismáticas creadoras de "Misias, pero viajeras", anunciaron el fin de su canal tras nueve años, y aunque su decisión es comprensible, incluso necesaria, duele. Duele porque evidencia una verdad incómoda: las plataformas digitales nos acostumbran a la permanencia ficticia, a creer que los creadores de contenido deben sacrificar su evolución personal por la demanda constante de un público que, aunque amoroso, es insaciable.  

El video de despedida, cargado de emoción, no fue un capricho, sino el resultado de un proceso de dos años. Ese detalle es crucial. No se trata de un agotamiento repentino, sino de la maduración de una idea que muchas veces negamos: nada en internet es eterno, ni siquiera los proyectos más auténticos. Daniela y Fátima lo admitieron sin rodeos: les costó soltar. ¿Y cómo no les iba a costar? Su canal nació como una página de memes y terminó siendo un referente para viajeros hispanohablantes, un espacio donde lo económico no era sinónimo de mediocridad, sino de ingenio. Pero ahí está el primer punto crítico: la audiencia suele encasillar a los creadores. Ellas querían hablar de viajes baratos, sí, pero también de cultura, negocios, documentales. Y el algoritmo, como un perro guardián, las empujaba a repetir la fórmula que ya funcionaba.  

Lo más revelador no es que hayan decidido separarse, sino cómo lo hicieron. Sin victimismo, sin culpar a YouTube ni a los seguidores. Reconocieron que era tiempo de crecer por caminos distintos: Daniela hacia el periodismo documental, Fátima hacia un análisis más profundo de los viajes. Aquí radica la paradoja de los creadores de contenido: mientras más éxito tienen, más difícil es reinventarse. El millón de suscriptores no es solo un número; es un millón de expectativas. Y aunque su audiencia las apoyó, es ingenuo pensar que todos entenderán este giro. Internet premia la consistencia, pero castiga la monotonía. ¿Cuántos creadores siguen produciendo por obligación en lugar de pasión, atrapados en la jaula de oro de las visualizaciones?  

El nombre "Misias, pero viajeras" surgió de una broma entre amigos, sin cálculos de mercado. Esa espontaneidad fue su mayor virtud y, quizá, también su última condena. Porque cuando un proyecto crece, la autenticidad choca con las exigencias del branding. No es casual que hayan tardado dos años en anunciar el cierre: el canal ya no era solo suyo, era de todos los que esperaban consejos para viajar con cien dólares en el bolsillo. Y sin embargo, tuvieron el valor de priorizar su crecimiento. Eso, en una era donde influencers y youtubers alargan artificialmente su relevancia con colaboraciones forzadas o contenido vacío, es admirable.  

Su despedida no es trágica, sino necesaria. Nos recuerda que detrás de los perfiles hay personas, no máquinas de contenido. Que los ciclos se cierran, aunque duela. Y que, a veces, el mejor viaje es el que termina para dar paso a otro. Ojalá su audiencia lo entienda. Ojalá internet aprenda a dejar ir.

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