EL PONTIFICADO DEL EQUILIBRIO IMPOSIBLE

Desde el primer instante en que Robert Francis Prevost apareció en el balcón de San Pedro como León XIV, quedó claro que la Iglesia optaba por un camino intermedio. Su elección como primer papa estadounidense podría leerse como un gesto de modernidad, pero cada uno de sus movimientos posteriores ha confirmado que su pontificado será más de contención que de revolución. Mientras Francisco desafiaba protocolos con gestos incómodos, León parece empeñado en no molestar a nadie. Y ahí reside precisamente su primer gran problema: en tiempos de crisis, la neutralidad suele convertirse en complicidad.
La contradicción fundamental de este papado se manifiesta en su relación con el legado de Bergoglio. Prevost acepta formalmente las reformas de su predecesor, pero las vacía de contenido con su aversión al conflicto. Cuando justificó su oposición a las bendiciones a parejas del mismo sexo argumentando sensibilidad cultural hacia África, no hizo más que confirmar lo que muchos temían: que bajo su mandato, la doctrina seguirá siendo rehén de los sectores más retrógrados de la Iglesia. Es paradójico que un hombre que trabajó décadas con los marginados en Perú ahora elija el pragmatismo sobre la justicia cuando se trata de derechos fundamentales.
El estilo de León XIV delata su estrategia. Donde Francisco usaba zapatos viejos y rechazaba símbolos de poder, el nuevo papa ha abrazado sin pudor la pompa vaticana. Su mozzetta roja ribeteada de piel no es un detalle menor: es la reivindicación de una Iglesia que vuelve a mirarse a sí misma. Mientras Bergoglio salía a las periferias, Prevost parece decidido a reforzar el centro. El problema es que, en plena crisis de credibilidad institucional, esta vuelta a la tradición huele más a retroceso que a renovación.
Su mayor desafío no está en África ni en América Latina, sino en los pasillos del Vaticano. Francisco chocó una y otra vez contra la curia romana; León llega con la ventaja de conocer sus mecanismos desde dentro. Pero esa misma familiaridad con el sistema lo hace sospechoso. Cuando los mismos cardenales que sabotearon las reformas de Bergoglio hoy alaban su "capacidad de diálogo", es legítimo preguntarse si no estarán celebrando en realidad una victoria. La Iglesia no necesita otro administrador eficiente, sino un líder con valor para enfrentar sus contradicciones.
Las multitudes que lo aclamaron en la plaza San Pedro merecían algo más que un papa funcional. En un mundo donde la fe compite con el escepticismo y donde las nuevas generaciones abandonan masivamente las iglesias, el catolicismo necesita audacia, no cálculos políticos. León XIV tiene la inteligencia y la experiencia para ser recordado como un gran pontífice, pero hasta ahora ha preferido ser un equilibrista. El tiempo dirá si tras el nombre del león hay un pastor dispuesto a guiar, o sólo un funcionario empeñado en no caerse del alambre.

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