LAS PALABRAS DE ADIÓS Y EL PESO DE LOS ELOGIOS OFICIALISTAS

La muerte de José Mujica desencadenó una ráfaga de homenajes, especialmente de la izquierda latinoamericana. Presidentes, partidos y figuras políticas se apresuraron a destacar su humildad, su coherencia y su lucha por la justicia social. Pero en medio de tanto elogio, cabe preguntarse: ¿Cuánto de esto es genuino reconocimiento y cuánto es retórica conveniente?  
Gabriel Boric, Gustavo Petro y Pedro Sánchez, entre otros, fueron rápidos en alzar la voz para recordar al expresidente uruguayo. Boric, en particular, escribió sobre la “esperanza incombustible” que Mujica supuestamente legó. El bloque oficialista chileno no se quedó atrás: el Partido Socialista lo llamó “un hombre bueno y consecuente”, el Frente Amplio habló de su política “más humana”, y el PPD lo elevó a “ícono del progresismo”. Hasta el Partido Liberal, menos afín a su ideología, rescató su austeridad. Las palabras son hermosas, pero contrastan con la realidad de muchos de quienes hoy las pronuncian.  
Mujica fue, ante todo, un crítico del sistema. No solo del capitalismo desenfrenado, sino también de la política vacía, de los discursos grandilocuentes sin acción detrás. Vivió como predicó: en austeridad, rechazando los privilegios del poder, cuestionando el consumismo y la frivolidad del mundo moderno. ¿Cuántos de los que hoy lo elogian pueden decir lo mismo? Boric gobierna con una coalición fragmentada, incapaz de llevar adelante reformas profundas; Petro enfrenta acusaciones de nepotismo; Sánchez pacta con fuerzas conservadoras para mantenerse en el poder. Y en Chile, los partidos oficialistas, aunque hablen de justicia social, siguen atrapados en luchas internas y en una desconexión palpable con la ciudadanía.  
Hay algo cínico en estos homenajes. Mujica representaba la anti-política, la renuncia a las formas tradicionales del poder. Pero los partidos que hoy lo ensalzan son, en muchos casos, parte del establishment que él mismo cuestionó. Lo convierten en un símbolo seguro, inofensivo, despojado de su esencia crítica. Lo admiran, pero no lo emulan. Porque imitar a Mujica significaría renunciar a privilegios, enfrentar a los poderosos de verdad, priorizar la coherencia sobre la conveniencia. Nada de eso parece estar en los planes de la mayoría.  
No digo que los elogios sean falsos. Mujica fue, sin duda, una figura admirable. Pero cuando los mismos que administran un sistema injusto lo celebran con tanto entusiasmo, uno no puede evitar sospechar. Quizás lo hacen porque un revolucionario es más fácil de aplaudir muerto que de escuchar vivo. O porque, al convertirlo en mito, evitan tener que responder por qué su ejemplo les resulta tan incómodo en la práctica.  
Mujica no necesitaba de estos homenajes. Su legado está en su vida, no en los discursos de quienes, tal vez, nunca se atreverán a seguir sus pasos. Ojalá sus palabras de adiós sirvan para algo más que llenar comunicados de prensa. Ojalá, al menos, obliguen a una reflexión incómoda: si realmente admiran a Pepe, ¿por qué su política se parece tan poco a la suya?

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