EL ÚLTIMO CARTUCHO DE UNA PRESIDENCIA EN CRISIS
No es la primera vez que escuchamos a un gobernante prometer resistencia hasta las últimas consecuencias, pero cuando Dina Boluarte asegura que se quedará en el poder "hasta quemar el último cartucho", la metáfora bélica resulta especialmente reveladora. No solo evoca un discurso de trinchera, sino que refleja la fragilidad de un gobierno que, lejos de consolidarse, se aferra al cargo mientras las acusaciones de corrupción y los pedidos de vacancia se acumulan. Su determinación de permanecer hasta 2026 no es un gesto de fortaleza, sino la última línea de defensa de una gestión que ha perdido legitimidad.
El contexto no puede ser más adverso. La Comisión de Fiscalización del Congreso acaba de recomendar su vacancia por el caso Cofre, donde se le acusa de encubrir a Vladimir Cerrón mediante el uso irregular del vehículo presidencial. No es un hecho aislado: es la gota que derrama un vaso ya colmado de sospechas. Boluarte, sin embargo, responde con un llamado a la unidad nacional, como si la solución a la crisis política fuera un acto de voluntad colectiva y no de rendición de cuentas. Su discurso en la Plaza de la Bandera, cargado de frases grandilocuentes sobre la patria y la democracia, parece diseñado para distraer. Mientras invoca la Batalla de Arica, su gobierno libra una batalla muy distinta: la de sobrevivir a los escándalos que lo corroen.
Lo más preocupante no es su negativa a renunciar, sino la hipocresía de su retórica. Habla de enfrentar a los "enemigos" del país sin "cálculo político", cuando su permanencia en el poder depende precisamente de ese cálculo. Cada movimiento de Boluarte en los últimos meses ha sido una jugada para ganar tiempo: desde el nombramiento de un gabinete de conveniencia hasta el intento de negociar con fuerzas políticas que hoy la abandonan. Su promesa de trabajar "hasta el último cartucho" suena a bravata de quien ya no tiene balas.
El problema de fondo es que el Perú no puede permitirse otro periodo de inestabilidad prolongada. La vacancia presidencial no es una solución mágica el Congreso tiene su propia crisis de credibilidad, pero la insistencia de Boluarte en aferrarse al poder tampoco lo es. Su gobierno nació de la ruptura democrática que derrocó a Pedro Castillo, y desde entonces no ha logrado construir un proyecto convincente. En lugar de liderar, administra su supervivencia.
Cuando un presidente anuncia que resistirá "hasta quemar el último cartucho", deberíamos preguntarnos qué queda por quemar. En el caso de Boluarte, parece ser lo poco que resta de su legitimidad. Su discurso patriótico no oculta la realidad: está gobernando en modo defensivo, sin autoridad moral ni rumbo claro. El Perú merece más que un gobierno que solo piensa en cómo no caer. Merece uno que sepa cómo avanzar. Y eso, definitivamente, no se logrará disparando al aire.
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