FE, POLÍTICA Y OPORTUNISMO

No soy teólogo ni pastor, pero reconozco el olor a hipocresía cuando lo percibo. La revelación del pastor Anthony Lastra sobre la preferencia de Dina Boluarte por los evangélicos porque en las iglesias católicas "solo me chancan" no es solo una anécdota religiosa. Es el reflejo de un cálculo político burdo, donde la fe se reduce a un escenario de conveniencia y las comunidades creyentes, a votantes potenciales.  

Boluarte no es la primera gobernante en buscar refugio en grupos religiosos ante el desgaste político. Pero su sinceridad involuntaria, filtrada por Lastra, expone una dinámica perversa: la instrumentalización de la espiritualidad. Si bien es comprensible que cualquier persona, incluida una presidenta, busque consuelo donde no sea juzgada, resulta difícil creer que su acercamiento a los evangélicos sea puramente devocional. Lastra mismo delata la contradicción al revelar que, mientras el país celebraba la elección del Papa peruano León XIV, él predicaba en Palacio de Gobierno ante militares y funcionarios. ¿Coincidencia? No. Es la fe usada como teatro, donde los actores cambian de guion según la audiencia.  

El problema no es que Boluarte se sienta más cómoda con los evangélicos; es que su gobierno niegue después los acuerdos con ellos. Los documentos presentados por líderes evangélicos, que contradicen la versión oficial sobre la capellanía en Palacio, revelan un patrón de oportunismo. Primero se ofrece un acercamiento incluso con decretos y luego, cuando la Iglesia Católica recupera relevancia con un Papa peruano, se desanda el camino. "Hoy al Gobierno no le conviene pelearse con la Iglesia Católica", denuncia Lastra. Y ahí está el meollo: no se trata de convicciones, sino de conveniencias.  

Esta no es una crítica a los evangélicos ni a los católicos, sino a una presidenta que parece navegar la fe como quien elige una tribuna. Si en las misas católicas la critican, no es por dogmatismo, sino porque su gestión acumula fracasos y muertes. Buscar iglesias donde no se le cuestione no es hambre de paz espiritual, sino miedo a la accountability. Lastra, por su parte, tampoco sale bien parado: su orgullo por predicar en Palacio mientras otros celebraban al Papa delata una competitividad entre credos que debería avergonzar a cualquier líder religioso.  

Al final, el escándalo no está en dónde reza Boluarte, sino en cómo usa la religión para limar asperezas que su propia incompetencia crea. La fe no debería ser un refugio de impunidad para los gobernantes, ni una herramienta de lobby para pastores. Cuando la espiritualidad se reduce a estrategia, todos pierden: los creyentes, la política y, sobre todo, la decencia.

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