EL FUJIMORISMO Y SU OBSESIÓN POR EL PODER
No puedo evitar ver en esta estrategia una clara apuesta por la continuidad del sistema de impunidad y manipulación institucional que caracterizó los años noventa y que, lamentablemente, sigue reproduciéndose bajo nuevas formas. Las mismas figuras que hoy buscan volver al Parlamento fueron, en su momento, protagonistas de episodios de intolerancia, racismo, corrupción y autoritarismo. Martha Chávez, por ejemplo, conocida por sus expresiones racistas, pretende ocupar un asiento en el Senado a los 72 años como si el tiempo no hubiera pasado. Cecilia Chacón, sentenciada por enriquecimiento ilícito y con un historial de desbalances patrimoniales, vuelve a presentarse con la misma soltura con la que un político profesional usa el escaño como un empleo de por vida. No hay autocrítica, ni renovación, ni propósito real de cambio; solo persistencia en el poder.
El regreso de estos personajes no es casual. En realidad, es parte del ADN del fujimorismo: reciclar sus cuadros, blindar sus intereses y mantener una narrativa de “experiencia” que busca disfrazar la corrupción de gestión eficiente. El propio Congreso actual, dominado por bancadas conservadoras y cómplices del Ejecutivo, ha sido el laboratorio donde esa estrategia se ensayó con éxito. Fuerza Popular apoyó leyes que favorecieron la impunidad policial y militar, fue soporte político de Dina Boluarte en los momentos más críticos y bloqueó toda reforma que amenazara sus privilegios. Que ahora 19 de sus 20 congresistas busquen reelegirse solo confirma que la ambición de poder supera cualquier compromiso con el país.
Pero quizás lo más preocupante de esta lista no son los nombres conocidos, sino los nuevos candidatos envueltos en escándalos judiciales. Pier Figari y Carmela Paucara, ambos involucrados en el caso Cócteles, aspiran a cargos en el Parlamento como si su participación en una red de financiamiento ilícito fuera un detalle sin importancia. A ellos se suman precandidatos sentenciados o investigados por corrupción, como Javier Castro Cruz y Jessica Navas. El mensaje es claro: el fujimorismo no distingue entre ética y conveniencia, porque su única lógica es la del retorno al poder, cueste lo que cueste.
Frente a este panorama, no puedo ser indiferente. Como ciudadano, me indigna ver cómo un partido que debería haber aprendido de sus errores vuelve a presentar una plancha que simboliza todo lo que el país necesita superar. La política peruana no puede seguir repitiendo los mismos nombres y esperar resultados distintos. Si Keiko Fujimori insiste en revivir su vieja guardia, es porque confía en un electorado desmemoriado y en un sistema electoral permisivo. Sin embargo, la responsabilidad última recae en nosotros: en nuestra capacidad de recordar, cuestionar y elegir con dignidad. La democracia no se defiende con slogans, sino con memoria activa. Y la memoria, en este caso, debería bastar para impedir que las viejas sombras del fujimorismo vuelvan a gobernar el país.

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